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Por qué los despidos de “Star Wars” marcan el fin de una era en Hollywood

“Diferencias creativas” provocaron que los directores del spin off galáctico fueran echados: la industria ya no quiere cineastas creativos y los productores toman el poder

Por qué los despidos de “Star Wars” marcan el fin de una era en Hollywood

Los directores originales y el elenco de la película sobre las mocedades de Han Solo. Los cineastas fueron despedidos por diferencias creativas - archivo

26 de Junio de 2017 | 05:30
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Los grandes estudios de Hollywood, que controlan la taquilla mundial y por lo tanto una buena parte de lo que vemos (los seis grandes vendieron en 2016 el 92% de las entradas a nivel mundial, y entre Disney y Warner se repartieron más del 42% de los tickets), ya no quieren directores con ideas creativas en términos visuales o narrativos: el destino de las películas es determinado por una mesa chica de personas, pero en ella no se sientan ya los cineastas, sino que es un lugar para productores y ejecutivos que supervisan el rumbo no de una cinta, sino de una saga de filmes.

A esta conclusión han estado arribando los especialistas durante el último lustro, pero la reciente decisión de Disney de echar a los directores Phil Lord y Chris Miller de la película de las andanzas de un joven Han Solo, el héroe reticente de “Star Wars”, aportó evidencia que parece incontrastable: de vez en cuando los grandes estudios echan a sus directores, pero difícilmente lo hagan tras cuatro meses de rodaje y a solo cuatro semanas del final.

Desde ambos costados el argumento fueron “diferencias creativas”, y el eufemismo parece acercarse bastante a la realidad: Lord y Miller, el dúo detrás de las películas de Lego, “21 Jump Street” y “Lluvia de albóndigas”, traían a la saga un estilo de humor personalísimo, autorreferencial e incorrecto que no terminó de encajar con la visión que el estudio, Lucasfilms (propiedad de Disney) tiene para la franquicia para los próximos años. La decisión inmediata fue proteger la propiedad antes que la visión de los directores, porque el dinero yace hoy en la serialización y no en una sola película para Hollywood.

Los críticos llaman a este tipo de filmes, donde prevalecen los productores sobre los creadores, películas de comité.

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El giro de Hollywood hacia las películas de comité no es nuevo ni sorprendente: el advenimiento del cable y los servicios de streaming obligaron a los estudios a crear una razón que empujase a las audiencias a la sala de cine. Esa razón fue la espectacularidad: la magnitud del sonido, las explosiones y los efectos de este nuevo cine (en 3D, preferiblemente) no podían ser vistos en el living de la casa.

Esto implicó mayores inversiones y, por lo tanto, menos filmes producidos por año: mientras el viejo star system dejó de importar y las películas “medianas” comenzaron su letargo (hoy renacen en los servicios on demand), los “tanques” producidos debían rendir sin falta para sostener año a año esa masiva estructura que es la industria del cine.

La necesidad de minimizar el riesgo llevaron a quienes controlan la parte financiera a involucrarse mucho más en el proceso creativo, una costumbre que siempre existió en Hollywood pero que se magnificó con estas grandes franquicias donde cada entrega es en sí irrelevante, una parte más de un enorme rompecabezas compuesto de filmes, libros, series de TV y comics que cuentan entre todos una historia.

Así, el director perdió muchas de sus libertades y tuvo que ajustarse al “manual de estilo” de la franquicia, a las historias que lo precedieron y que lo siguieron, etcétera: así, el cine comenzí a parecerse a la televisión.

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En las producciones de la pantalla chica, el director no importa: su aporte es más técnico que creativo, y sus nombres, como comprueba cualquiera que no saltee los créditos de una serie, son intercambiables. Quien decide el estilo, el tono y los hilos narrativos es el creador o “showrunner”.

Aunque el cine todavía no tiene una figura equivalente, esta ha emergido naturalmente: el presidente de Marvel, Kevin Feige, conduce los destinos de su franquicia de superhéroes de la misma manera que Geoff Johns y Jon Berg manejan todo lo pertinente al mundo de DC. Kathleen Kennedy, presidenta de Lucasfilms, tiene la decisión final sobre todo el universo “Star Wars”.

Lo curioso es que, mientras el cine desempodera a sus creadores y da más lugar a decisiones ejecutivas, la televisión hace exactamente lo contrario: aunque tampoco es un Edén desprovisto de la tiranía del dinero (Netflix comenzó este año a cancelar series porque el modelo experimental de “libertad absoluta para los creadores” había dejado varios fracasos costosos), la pantalla chica se ha convertido en un refugio para la creatividad visual, temática y narrativa que no tiene lugar en el cine, y también para historias más humanas y pequeñas que han perdido su butaca en las salas.

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Si las sagas principales precisaban de un celoso control para mantener la coherencia entre series de cinco o seis películas con diferentes actores, guionistas y directores, los spin offs (historias derivadas de un universo narrativo, sin conexión directa con la historia principal de la marca) ofrecían un espacio para descontracturar.

Así ocurrió, por ejemplo, con “Guardianes de la Galaxia”: la primera entrega fue un proyecto pequeño y, debido a que tenía lugar en el espacio exterior, lejos del planeta donde jugaban Iron Man y sus amigos, le dieron vía libre a James Gunn para que hiciera con esa pequeña franquicia lo que quisiera.

Pero Gunn no es la regla sino la excepción: la propia Marvel intentó repetir el éxito de dar rienda suelta a la locura en “Ant Man” contratando a Edgar Wright, otro cineasta de brío visual y sello distintivo, pero el cineasta fue despedido por diferencias creativas. “Yo quería hacer una película de Marvel, pero Marvel no quería hacer una película de Edgar Wright”, afirmó el director recientemente, a la luz de los despidos de Miller y Lord.

De la misma manera, Michelle McLaren fue reemplazada como directora de “Mujer Maravilla”, a Zack Snyder le quitaron las llaves del universo de DC tras “Superman v Batman” y al pobre Gareth Edwards, director del primer spin off de “Star Wars”, “Rogue One”, le cambiaron toda la película: en los avances de la cinta, incluso, aparecen escenas que nunca llegarían al corte final.

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“Con la excepción de talentos legendarios como Clint Eastwood, no queremos autores que quieren tener el control sobre el corte final de la película”, afirmó el nuevo presidente de Warner, Toby Emmerich: en esa frase se esconde el verdadero motivo de los despidos de Lord y Miller.

La contratación del dúo de particular visión cómica para la franquicia había resultado en este sentido sorpresiva: era un riesgo, porque al final del día ¿es una visión personal de “Star Wars” lo que los fans quieren? ¿O prefieren simplemente nuevas adiciones a la historia que ya conocen?

La verdad probablemente yace en el medio: una repetición interminable de lo mismo agota al espectador, y muchos vaticinan que este modo de hacer negocios en Hollywood está inflando una burbuja que necesariamente estallará. Que el Episodio VII de la saga galáctica haya replicado mucho del filme original fue aceptado como un modo de reiniciar la historia, pero los fans esperan de la octava entrega, que se estrena en diciembre, algo novedoso.

Pero la pretensión de los ejecutivos de que las audiencias quieren siempre lo familiar está llevando a una cartelera cinematográfica sin variedad y poco atractiva: estas vacaciones llegan con un nuevo caso de secuelitis aguda para los cines, y no solo no se trata de historias originales, sino que son narradas mediante fórmulas probadas y estilos visuales adocenados. Si el cine fuera música, hoy sólo tenemos un estilo musical: y, como explican los estudiosos de la llamada música contemporánea, el arte no debe ser sólo agradable al oído, sino que puede ser también desafiante, diferente, incluso enigmático.

Pero en lugar de nuevas músicas, en la cartelera se vuelve cada vez más presente un solo juego de combinaciones de notas, intrumentos y giros, mas o menos fijos, entre los cuales se juegan las limitadas posibilidades de la creatividad. Las variaciones sobre una única canción, sobre una única forma de ver el mundo, de interpretarlo y de contarlo.

 

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