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Momentos estoicos

Momentos estoicos

Los principales exponentes del estoicismo / Web

SERGIO SINAY (*)
Por SERGIO SINAY (*)

25 de Junio de 2023 | 05:51
Edición impresa

La palabra estoico conecta hoy con ideas de aceptación, resignación, martirio, sufrimiento silencioso, firmeza ante la adversidad y la tragedia. En lenguaje llano y coloquial se diría que un estoico es un “amargo”. Todo lo contrario de un epicúreo, alguien a quien, de manera simple, se definiría como persona que busca el placer, evita el dolor y piensa que, en un mundo justo, habría disfrute para todos. Aunque ambas palabras quedaron reducidas por el uso a la descripción de actitudes individuales ante la vida, tanto el estoicismo como el epicureísmo son dos escuelas filosóficas que dejaron profundas huellas en la historia del pensamiento humano y que, por diferentes caminos y expresiones, mantienen su vigencia.

El fundador del estoicismo fue Zenón de Citio (334-262 a. C.), quien enseñaba en Atenas, en un ágora decorada con pinturas de Polignoto, a quien se considera el primer pintor de la antigüedad. Ese espacio era conocido como el Claustro (“Stoa” en griego) de las Pinturas (“Poikite” en ese idioma). De ahí proviene el nombre estoicismo. Zenón fue sucedido por grandes pensadores, como Cleantes de Assos, y Crisipo, aunque quizás los más famosos y conocidos hoy, además de él mismo, sean Séneca (4 a C.-85 d.C), el emperador romano Marco Aurelio (121-180) y Epicteto (55-135). A su vez, el epicureísmo toma su nombre de otro filósofo de la antigua Grecia, en este caso Epicuro (341-270 a. C), nacido en Samos, para quien el mayor placer no era comer, beber, mantener relaciones promiscuas y andar de juerga, como se pensaría actualmente, sino sentarse a la sombra de un árbol con amigos y discurrir sobre la moral, los valores, que los griegos llamaban virtudes, y el sentido de la vida. Pensaba que nadie era muy joven para iniciarse en esta práctica ni muy viejo para abandonarla, porque, según sus palabras, “nadie puede llegar demasiado temprano o demasiado tarde para asegurar la salud del alma”. Del placer de la mente deriva el placer del cuerpo, afirmaba, y no al revés, como creen los hedonistas (una especie muy en boga hoy).

ÓRGANOS DEL UNIVERSO

De ambas corrientes filosóficas, que no son adversarias, sino que exploran por diferentes caminos las respuestas a las grandes preguntas de la vida, el estoicismo despierta en estos días una notable atracción. Libros de autores contemporáneos, como “Diario para estoicos” y “Vida de los estoicos”, de Ryan Holiday, “Mi cuaderno estoico” y “Cómo ser un estoico”, de Massimo Pigliucci, “La filosofía estoica”, de J.M. Rist, “El pequeño libro del estoicismo”, de Jonas Zalsgeber, “Lecciones de estoicismo”, de John Sellars, encabezan listas de títulos más vendidos en las librerías, además de las “Meditaciones”, de Marco Aurelio o los “Discursos” y el “Equiridion (Manual para una vida feliz)”, de Epicteto, acaso el más célebre de los pensadores estoicos desde una perspectiva actual. En muchas películas, novelas y hasta disertaciones de diferentes disciplinas las ideas estoicas aparecen disimuladas, disfrazadas o francamente expresadas y citadas.

¿Cuáles son esas ideas? ¿Por qué su atractivo en este momento? Acaso se pueda vislumbrar una respuesta en algo que sostenía Marco Aurelio y que es una fuerte convicción estoica. El emperador romano veía al universo como un gran organismo del que todos somos partes, y, en tanto es así, el bienestar espiritual y la salud de cada individuo dependen de la salud del universo. Una mirada al mundo de hoy, despojada del ilusionismo del progreso tecnológico predominante (una tecnología cada día más alejada de las necesidades humanas reales) y prescindente de las falsas promesas económicas y las manipulaciones políticas de todo orden y color, no tarda en encontrarse con un mundo que padece demasiados malestares: injusticia, hambre, desigualdad, violencia, depredación ecológica, vacío existencial. Un organismo enfermo en el que no puede haber órganos sanos, a menos que se envuelvan en una gruesa capa de narcisismo y egoísmo que, de todas maneras, al final del día no los aislará del destino colectivo.

Ese malestar se refleja en las interacciones y las relaciones tanto públicas como privadas, tanto íntimas como sociales. Los distintos analgésicos (consumismo galopante, redes sociales que fomentan el aislamiento mientras simulan comunicar, voracidad por lo material, indiferencia ante el prójimo) tienen efecto cada vez más limitado. El dolor del alma no cesa, el hambre espiritual se acentúa. Las cuatro virtudes estoicas que propiciaba Epicteto (quien vivió buena parte de su vida como esclavo en Roma, antes de ser liberado por su dueño y descollar como filósofo) parecen más urgentes que nunca. Ellas son la sabiduría, el valor, la justicia y la templanza. Sabiduría es capacidad para comprender el mundo y actuar de la mejor manera posible en situaciones adversas. Valor no se refiere a lo físico, sino a lo moral. Hacer lo que hay que hacer cuando es debido. Justicia significa tratar a las personas con respeto, no dañar su dignidad y recordar que esa dignidad no depende del nivel económico o social. Templanza consiste en no dejarse llevar por los excesos, no ser presa de las reacciones instintivas y emocionales, cabalgar con el jinete de la razón el potro de la emoción, ejercer la moderación en todas las circunstancias y órdenes de la vida.

Entre el decir y el hacer referido a estas virtudes hay que cruzar un puente. El de la práctica. Traerlas a la vida cotidiana aplicándolas en primer lugar a los pequeños actos de cada día, hasta que dejen de ser experiencias aisladas para convertirse en hábitos, y una vez establecidas como hábitos se instalen como creencias, se naturalicen, no resulten impostadas, sino que emerjan como una manera de ser y estar en el mundo, entre los otros, con los otros.

TRES PASOS

Los estoicos tenían, en su tiempo, una notable comprensión de la psicología humana y una profunda penetración para advertir el funcionamiento del mundo y de la vida. Fluían con el tiempo y con el acontecer de una manera maravillosa para los estándares de nuestra época dominada por la ansiedad, la aceleración y la alienación. Séneca enseñaba que el buen morir consiste en comprender y aceptar la muerte como parte final de un proceso y no como un hecho aislado del que hay que huir y al que hay que oponerse, porque esto solo nos aleja y retrae de la vida. Y en la vida, insistían él y los demás pensadores de esta corriente, hay circunstancias que dependen de nosotros y podemos controlar y orientar y otras que no. Entendido esto, el camino se hace más liviano. Epicteto, a su vez, proponía tres actitudes: 1) No quererlo todo, porque es imposible tener todo, para lo cual es vital distinguir deseos de necesidades, lo cual exige valor y templanza; 2) Decidir cómo comportarnos en el mundo, cuál será el propósito de nuestra vida y cómo la viviremos; 3) Nuestra actitud ante las situaciones que nos propondrá la existencia.

Reconocer qué podemos cambiar y aceptar lo que no podemos, sabiendo, como sabía Séneca, que “la persona sabia tiene una sola posesión de la que nunca se la podrá despojar: sus valores”. Esto es la esencia del estoicismo. Quizás es momento de explorarlo.

 

(*) Escritor y ensayista, su último libro es "La ira de los varones"

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