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Información General |Cuando la bebida se hace pesadilla

Alcohólicos Anónimos: en La Plata hay cada vez más grupos y bajan las edades

La asociación ya tiene siete centros en nuestra región y sus miembros admiten recibir personas cada vez más jóvenes. Historias de lucha y superación

Alcohólicos Anónimos: en La Plata hay cada vez más grupos y bajan las edades

“Lo que aquí se dice, aquí queda”, aseguran en las reuniones de Alcohólicos Anónimos. En La Plata funcionan siete grupos - Sebastian Casali

26 de Junio de 2017 | 04:13
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“Soy un enfermo alcohólico. Desde los doce años que tomaba hasta desmayarme. No puedo decir que estoy recuperado. Nadie puede decirlo. Lo único que puedo decir es que sigo un plan: estar 24 horas sobrio. Es así. Desde hace cuatro años que es así. Día a día. Mi meta son las próximas 24 horas. Seguir ese plan. Si no lo hago, mañana estoy al horno con papas...”

Matías tiene 35 años y habla de su pasado como si reviviera pesadillas. A su alrededor hay diez personas que lo escuchan en un silencio profundo y asienten como si supieran de qué se trata todo. Y lo saben. Son las ocho y media de la noche y en la oficina de la parroquia Inmaculada Corazón de María, en City Bell, se celebra una de las tres reuniones semanales de Alcohólicos Anónimos (AA) con su rutina habitual. Uno habla, el resto escucha. Se oyen relatos que rozan lo trágico pero también lo desopilante y cada uno de los participantes recibe las palabras como lo que son: testimonios para seguir en pie.

En todos los grupos locales coinciden en que bajaron las edades y la presencia de los llamados “cruzados”; es decir que además de alcohólicos también son adictos a las drogas

El formato de la reunión es simple: una presentación, una lectura, el testimonio de un miembro, luego una discusión abierta en la que cualquiera puede compartir sus logros, sus pensamientos o hasta sus temores más íntimos y siniestros.

“La única forma de mantenernos sobrios es ayudando a otros a no tomar -explica José, 81 años y casi cuatro décadas de sobriedad-. Pero no estamos curados. Nunca vamos a estar curados. Esto es como la diabetes: una enfermedad que te va a acompañar hasta el último día”.

José empezó a tomar de chico, cuando vivía en su San Juan natal. Para cuando tuvo la edad en que se puede empezar a beber legalmente, ya era un visitante habitual de bares y guardias médicas y protagonista de anécdotas que ahora recuerda con una sonrisa triste y casi como si hablara de otra persona. “Un día me desperté en Córdoba sin la menor idea de cómo había llegado -recuerda-. Sabía que tenía una borrachera feroz pero jamás supe cómo hice para viajar hasta allá ni por qué lo hice. Aún hoy sigo sin saberlo”.

Pese a estereotipos o etiquetas, lo cierto es que el alcoholismo no sabe de clases sociales ni de sexos. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), es una enfermedad progresiva, crónica y mental. Con todo, en los últimos años los propios miembros de AA vislumbran un perfil que puebla cada vez con más frecuencia sus reuniones: jóvenes y adictos a las drogas.

“Las reuniones se llenaron de ‘cruzados’ -dice Darío, 58 años y más de una década en el grupo-; es decir personas que tienen problemas con el alcohol pero también con las drogas, sobre todo con la cocaína”. Los números le dan la razón: mientras hace poco más de dos décadas en La Plata funcionaban sólo dos grupos, ahora ya son siete que, además, se suman a los grupos que contienen a los familiares de alcohólicos.

12 pasos

Todos los miembros mencionan el proceso de transitar por los 12 pasos como uno de los pilares de la asociación. El primero de esos pasos, publicado cuatro años después de la fundación de la entidad, dice: “Admitimos que éramos incapaces de afrontar solos el alcohol, y que nuestra vida se había vuelto ingobernable”. Los 12 pasos son, en pocas palabras, un plan de recuperación para lograr superar la adicción. Ese plan incluye la sumisión ante un poder espiritual superior, el reconocimiento del alcoholismo como un problema que no tiene final, la reparación de los daños causados a las personas afectadas por la adicción y un despertar espiritual a través de la oración o la meditación, aunque los propios miembros de AA aclaran que nada tienen que ver ellos con cuestiones religiosas.

“Para formar parte de AA sólo se requiere el deseo de dejar de tomar”, asegura Darío. No hay que pagar nada, dado que los gastos de la comunidad son solventados mediante los aportes voluntarios de sus miembros y no se acepta ninguna clase de contribución externa. Además, Alcohólicos Anónimos tampoco tiene filiación política ni de ningún otro carácter y no emite opinión sobre ningún tema ajeno a su objetivo fundamental, que es lograr que sus miembros mantengan una conducta sobria y saludable y ayudar a otros a alcanzar ese mismo estado.

Los centros de AA de la Ciudad agrupan a algo más de 100 personas de manera estable, y se estima que cerca de 800 grupos trabajan todas las semanas en el país, donde la entidad de origen estadounidense desembarcó hace ya 65 años, casi una década y media después de que Bill Wilson y Bob Smith fundaran el primer grupo en Akron, en el estado de Ohio, tras desprenderse de una organización cristiana estadounidense llamada The Grupo Oxford.

cambio de perfil

Si bien no manejan estadísticas, desde los distintos grupos que trabajan en nuestra región se asegura que en los últimos años las consultas aumentaron de manera notable. La mayoría de ellas las realizan familiares de los enfermos. Pero lo que más alarma, como se dijo, es que hay mayor porcentaje de adolescentes. La edad de los bebedores bajó a los 14, 15 años. A esa edad, muchos ya son alcohólicos y, como lo explican en AA, también consumidores de drogas.

Uno de los tantos que protagonizan ese cambio de perfil que adoptaron los grupos es Daniel, 25 años y quien arrancó a tomar con apenas 8. “Tenía que chupar para hacer cualquier cosa -cuenta-. Lo que sea. Y después seguí con merca. Cocaína y alcohol, todo el tiempo. Llegué al grupo porque ya no podía manejar mi vida. Era un desastre. De eso hace apenas seis meses. Pero llegué acá y ya el primer día me sentí bien, contenido. Acá nadie te juzga, nadie te acusa. Te escuchan y buscan ayudarte, y eso para mí no tiene precio...”

En una reunión de AA los testimonios rara vez superan los diez minutos. Se reafirman los doce pasos que rigen la asociación. Se cuentan anécdotas y hasta se comparten trucos para no caer en la tentación: alejarse de los bares, no nombrar a la bebida favorita, nunca tener alcohol en la casa y hasta ser cautos con los bombones de coñac o los enjuagues bucales. Hay angustias, risas, decenas de tazas de café y, además de folletos y libros con los pasos y tradiciones a seguir, un cofre para las contribuciones. Es la séptima tradición de la institución: la independencia económica por encima de todo.

“Lo que aquí se dice, aquí queda -asegura José-. Esa es una regla de oro para nosotros. Una vez, uno de nuestros compañeros contó que en una borrachera había salido a robar de caño. Y entre los que escuchábamos había un policía. No le dijo nada. Al contrario. Le agradeció el testimonio y no lo juzgó. Acá somos todos iguales. Todos tenemos el mismo problema y todos luchamos contra lo mismo”.

Los especialistas recomiendan evitar “a toda costa” la primera copa para mantenerse sobrio y darse plazos de 24 horas o incluso menos sin ingerir alcohol

Hay una pregunta que aflora ni bien uno se sumerge en el mundo del alcoholismo y sus víctimas: ¿por qué no pueden tomar una copa como la mayoría? La respuesta es que no hay control: una vez que se enciende la mecha del primer trago, el cerebro se activa como una bomba y ya no existe nada que lo pueda desactivar.

“No somos una liga anti alcohol”, aclara Darío, para quien “no todos los que se maman son alcohólicos. En nuestro caso, si tomamos un vasito vamos a querer otro. Y otro. Y otro. Por eso lo más difícil es decirle no a la primera copa. Tomar una copita y nada más, para nosotros, no existe. Si hay una, atrás vienen decenas en fila...”

Al lado de Darío está Bruno, aunque podría ser Juan o José porque el anonimato es una tradición que se respeta a rajatabla en el grupo. Bruno escucha y asiente con una mueca zumbona. “En mi casa está prohibido hasta el vinagre”, confiesa. Y no exagera. Llegado al grupo hace ya unos cinco años, luego de caer una y diez veces en un infierno de borracheras y tener un grave accidente de tránsito en el camino Centenario, su caso es ejemplo de otros tantos que se repiten en los encuentros de AA. “Somos como un pozo sin fondo -explica Bruno-. Si yo tomo, tengo que tomar hasta morir. Por eso al alcohol no puedo ni olerlo. Hay compañeros que llevaban años sin tomar y que, aunque no me creas, por probar una ensalada condimentada con vinagre volvieron a caer. Por eso decimos siempre: ‘sobrio por hoy’. Y no es cuento: es un trabajo de todos los días. Un objetivo que se renueva cada 24 horas”.

vivir mejor

La OMS define a esta enfermedad como “un trastorno crónico de la conducta caracterizado por la dependencia hacia el alcohol, expresada a través de los síntomas inseparables: la incapacidad de detenerse en la ingestión del alcohol una vez iniciada y la imposibilidad de abstenerse”.

Basta con mirar la tele o recorrer cualquier boliche para asegurar que cada vez se hace más evidente la incidencia del alcohol en nuestra vida: su influencia se hace notar en las calles, en los espectáculos deportivos, en la publicidad, en el trabajo y en el hogar. Si a eso se le suma la ausencia de controles que hagan respetar las normas referidas al expendio de bebidas alcohólicas a menores de edad, se entiende por qué crece el factor de riesgo que lleva a tantas personas a caer en la adicción.

“Alcohólicos Anónimos no sólo me hizo tapar la botella sino vivir bien”, asegura Mónica, llegada al grupo hace seis años y quien recuerda tener problemas con la bebida desde siempre. “Me acuerdo de tener cinco, seis años y tomar vino en la Isla Paulino, con mi familia -cuenta-. En mi caso terminé acá porque me trajeron mis hijas. Toqué fondo y no tenía más alternativa. Hoy miro hacia atrás y me cuesta creer las cosas que hice. Pero bueno: una tiene que aceptar que está enferma y luchar contra eso. Todos los días. Cada 24 horas. Y me da mucho orgullo poder hacerlo. ¿Si ya me siento recuperada? Uno jamás se recupera. Pero antes era una borracha. Ahora, en cambio, soy alcohólica”.

 

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